Si algo me va quedando claro, es la importancia de la relación entre el vino y la comida que coinciden en un mismo lugar, momento y persona. La de vueltas que hay que dar para evitar el palabro…sí, ese tan petulante…maridaje… Hace poco, si tomamos como referencia el ritmo de entradas de estos últimos tiempos, cayó al saco una cena cuya gracia consistía en congeniar 7 platos con 5 vinos. Ahí es na’. El lugar: Patxi Larrotxa en Bilbao, un local al que le han dado una vuelta para hacer un todo en uno, con bar, tienda gourmet, restaurante de diario y lugar de cenas, catas y cursos. Están cogiendo ritmo y promete. El orden fue más o menos el imaginado, empezando con dos blancos para los primeros platos, dos tintos con pescado y carne y un vino dulce en el postre. El resultado es espectacular y realmente muy fácil plantearse reproducirlo por nuestra cuenta, bien a la hora de elegir en restaurante, bien a la hora de cenar en casa con amigos. Oye y si alguno quiere montárselo a solas…
Como no podía ser de otro modo, txacolí para empezar, con un crepe de champiñones y panceta que se salía del mundo. Lo comimos de pie, en plan romper el hielo y sobretodo, dar envidia al resto del local, que para eso estábamos en la zona “privé” (con pared de cristal). Dios, cuanto glamour. Cuando nos cansamos de imitar a Carmen Lomana, nos sentamos a comer los embutidos ibéricos. Con las manos por supuesto. El txacolí iba de perillas con un queso Idizabal que casi me hizo olvidar el jamón. Esto es un gran truco: cuando no sabes que comida o que vino elegir, empareja a los de la misma tierra.

Entrando un poquito en faena, Rueda hizo su aparición, no con el verdejo omnipresente, sino con un sauvignon blanc, de los que yo llamo valor seguro. Palacio de Bornos, que lo encuentras en todas partes, no baja de calidad y gusta a casi todos. El sauvignon, menos ácido, con más prestancia, venía debajo del brazo con unas verduras a la plancha con parmesano y unas brochetas tierra-mar-aire. Si no me equivoco de bicho, tierra-cerdo, mar-merluza y aire-pollo. Por aquí la gente ya empezó a calcular el volumen libre en el depósito…
Como contrapunto a lo habitual, para la lubina en salsa se plantó un tinto en la mesa. Garnacha de Calatayud, que recibió el calor del público. Y el público recibió el contenido de la botella en un solo acto. Llegados a este punto, los que tenían cinturón discurrían como soltar un par de agujeros sin que se notase mucho.
Para una carne que me encanta, el secreto ibérico, un Ribera del Duero, tempranillo of course aunque con algo de merlot creo recordar, con el que hice me salí un poco del guión (qué atrevimiento! sí, lo sé, me gusta el riesgo). Me guardé una copa del anterior y los bebí a la vez. Se entiende que alternativamente, como mandan los cánones… Creo que me convencía más el Calatayud con la carne y el Ribera con la lubina…para gustos…los vinos.
Por último, y como queriendo quitar espacio a cualquier gintonic posterior, el postre, que no sé muy bien si era el vino o el dulce. La cantidad de azúcar no vale como medida, en ambos hacía montañita. Hechizo se llamaba este Pedro Ximenez, del que la foto está un poco chuchurría, ya que cuando algo esta rico, uno encuentra un huequito en cualquier parte… ;) Salud
 |
El super postre! |